Shakespeare, el gran dramaturgo inglés, nos presenta a Hamlet, acompañado de su amigo Horacio, que visita el cementerio de Helsingor.-
Allí ve a un sepulturero que mientras cava una fosa, canta una tonada. ¡Que poco siente ese hombre lo que hace; abre una fosa y canta!, dice Hamlet. La costumbre le ha hecho ya familiar esta ocupación, le responde Horacio.
Aquella calavera, prosigue Hamlet, tendría lengua en otro tiempo y con ella podría también cantar; cómo la tira al suelo ese pícaro, como si fuese la quijada con que hizo Caín el primer homicidio.
Y la que está maltratando ahora ese desalmado, podría ser muy bien la cabeza de un estadista que acaso pretendía engañar al cielo mismo, o la de un ministro y ahora está en poder del señor gusano, estropeada y hecha pedazos por el pico de un sepulturero.
Y esta otra ¿por qué no podría ser la cabeza de un abogado?
¿A dónde fueron sus equívocos y sutilezas, sus litigios, sus interpretaciones, sus embrollos?
Este quizá mientras vivió sería un comerciante con sus compromisos, y sus letras de cambio, pagos, recibos; he aquí el arriendo de sus arriendos y el cobro de sus cobranzas: todo ha venido a parar en una calavera llena de lodo.
Los títulos de lo que poseyó difícilmente cabrían en su ataúd y no obstante, todas sus riquezas, no le han podido asegurar otra posesión que la de un espacio pequeño que se podría cubrir con un par de escrituras.
En qué abatimiento hemos de parar, Horacio, continúa Hamlet. Siguiendo con la imaginación, las ilustres cenizas de Alejandro Magno ¿no las podemos encontrar tapando una barrica de cerveza?
Alejandro murió, Alejandro fue sepultado, Alejandro se redujo a polvo, el polvo es tierra, de la tierra hacen el barro... ¿Por qué con ese barro no se pudo haber hecho la tapa de un barril?
El emperador César Augusto muerto y hecho tierra puede haber servido para cubrir un agujero y así impedir el paso del aire. ¡Oh! y pensar que ese puñado de tierra que tuvo atemorizado el orbe sirve de remiendo de un tabique para cerrar el paso al aire frío.
Estas reflexiones que pone Shakespeare en boca del melancólico príncipe de Dinamarca, son muy oportunas para el día de hoy en que el sacerdote traza una cruz con un poco de ceniza sobre la frente de los fieles, diciéndoles: “Acuérdate hombre que eres polvo y en polvo te has de convertir”.
¡Qué admirable es el simbolismo de esta ceremonia como el de tantas otras de la Iglesia!.
No tiene solamente por objeto recordarnos que la vida es corta, que la muerte se aproxima y que lo poco que queda de un hombre en el mundo, aunque haya sido un monarca poderoso, o un magnate de las finanzas, sólo puede servir para tapar las grietas de una pared ruinosa.
La ceniza depositada en la frente del cristiano le enseña además que debe ser humilde y no envanecerse con sus méritos, ni con la posición, sea cual fuere la que ocupe en el mundo, ni aún con las buenas acciones que haya podido realizar.
Esa ceniza le manda a reparar todo el mal que haya acarreado con sus actos, o si alguno de ellos fuese irreparable, debe arrepentirse sinceramente y con todas las fuerzas del alma.