Son 21 años, pero cada vez que se acerca la fecha se acercan con ella el dolor, la indignación, la dignidad de un pueblo que no soportaría más ser pisoteado y que hoy, 21 años después evoca no sólo a sus muertos, a sus desaparecios y humillados sino el tránsito definitivo hacia una nueva forma de transformar el país. El 27 de febrero emergió raudo el poder popular. Ese día nos hicimos participativos y protagónicos, derecho que no abandonaremos nunca más.
En conmemoración de esta fecha traemos cuatro artículos escritos por aporreadores hace un año, cuando se cumplieron los 20 de esta transformación histórica. Sólo les actualizamos la fecha pues su vigencia sigue intacta.
Me levanté como cada mañana, a las 6 en punto. Como de costumbre, mi padre me llevaba al liceo, en Los Naranjos, porque le quedaba en el camino a Caracas. Llegué tempranísimo con la intención de entrar a clase, pero pronto los muchachos del 8vo "B", en ese lejano 1989, nos enteramos de que había protestas en la autopista y que no habría clases.
Claro, las causas profundas del problema sí estaban en Caracas. Para ser específicos, en el palacio de gobierno, en Miraflores. Resultaba que dos semanas antes, el recién elegido presidente Carlos Andrés Pérez, decidió "ajustar" la economía siguiendo las instrucciones del Fondo Monetario Internacional. Una de las medidas liberaba el precio de los alimentos
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El caso es que a las 5:30, en Guarenas, los usuarios, trabajadores pobres, que no sabían muy bien cómo iban a comprar la comida con los nuevos precios de casi todo, comprobaron con horror que con sus salarios no alcanzaba para ir y venir de Caracas todos los días. Habría que pagar para trabajar, así que no restaba para ellos posibilidad alguna de comprar comida.Ese fue el detonante de la protesta, y ya antes de las 6 de la mañana la Avenida Intercomunal Guarenas - Guatire estaba trancada con la protesta de la gente que, indignada, comenzó a quemar cauchos en plena avenida, paralizando el tráfico hacia la capital del país, que está a menos de 40 km. En esa época era la única vía de paso hacia Caracas para todo el oriente del país era esa avenida, con excepción de algunas carreteras muy pequeñas que no podían soportar la avalancha de carros que a esa hora se mueve.
A las ocho de la mañana anunciaron el cierre del liceo por seguridad, así que una compañera y yo (¿qué será de la vida de esa muchacha?) que vivíamos en Guatire, decidimos regresar a casa. Como no había celulares, no había a quien llamar, ni desde dónde llamar, así que salimos a la intercomunal, que estaba increíblemente vacía, a una hora en que el tráfico apretaba bastante.
Tras esperar un rato, decidimos irnos a pie.
La intercomunal de entonces era muy distinta a la de hoy. Entre Los Naranjos y la entrada de Guatire no había otra cosa que monte. No existían Ciudad Casarapa, Nueva Casarapa, Buenaventura, Vista Place, Pall, Farmatodo, C.C. Oasis, Luna Park, Makro, los hoteles Camelot y Las Cabañas, el C.C. La Parada, el distribuidor de mercados Unicasa, Ford, General Motors... en dos platos, el corredor de 6 kilómetros entre Los Naranjos y Guatire sólo contenía un par de empresas.
Iniciamos la marcha con la esperanza de que apareciese alguna unidad de transporte público hacia nuestra zona de residencia: obviamente no teníamos idea de lo que ocurría en el resto del país, y ni siquiera de lo que ocurría en Guarenas, apenas a un kilómetro de nosotros.
Hicimos como dos horas hasta Guatire y a mí aún me faltaba llegar a La Rosa, pero conseguí llamar a mi mamá, que tenía carro, desde la casa de un amigo, y en cosa de media hora me fue a buscar.Luego me enteraría de lo que realmente ocurría. La desesperación del pueblo frente al abuso de la clase gobernante había desbordado cualquier predicción, y las imágenes de lo ocurrido en Guarenas hicieron que Caracas cobrase conciencia de lo que podía lograr un pueblo enardecido.
Las protestas dieron lugar al saqueo generalizado de comercios, y el gobierno respondió primero con las fuerzas policiales, y pronto, sacando el ejército a la calle. Recuerden el nombre Ítalo del Valle Alliegro. Ese fue el Ministro de la Defensa que envió soldados de los llanos a masacrar al pueblo en Caracas; a los de Caracas los envió a los Andes; a los de allí, los envió a Oriente, y así, pare evitar la identificación natural entre gentes de un mismo pueblo.
La masacre fue espantosa. Se podía ver a la gente corriendo de un lado a otro con alimentos, enseres, algunos con costillares de res al hombro. Y detrás, la policía, la Guardia Nacional y el Ejército, disparando. ¿Si alguien roba comida y después da la vida qué hacer?...
La Guardia Nacional, en Guarenas y en Guatire, lo mismo que en Caracas, según supe después, entendió el mensaje y decidió colaborar con los saqueos, minimizando los daños. Abrían a tiros las santamarías, y organizaban colas para que la gente saqueara con tranquilidad, pero el ejército arrasaba los barrios de Caracas dejando una estela de muerte tras de sí. Los bloques del 23 de enero mostraron durante años los orificios causados por las balas de FAL, testimonio de la dureza con que se atacó al pueblo llano.
A mi grupo familiar y algunos amigos nos tocó el martes 28, salir hacia Caucagua, pueblo de Miranda que se mantenía en paz, a hacer el mercado que se suponía que íbamos a hacer el 27 en la tarde.
Al cabo de 4 días de saqueo y masacre, de enfrentamiento y represión, suspensión de garantías constitucionales (las que quedaban, porque las económicas estuvieron suspendidas desde 1961); después del toque de queda, el saldo oficial era de 300 muertes y mil heridos.
Nada más falso; la cantidad de cadáveres que ingresó a las fosas comunes conocidas como La Peste es tan grande que hoy, 21 años después, aún no se sabe cuántos son... se habla de miles.
A veintiun años del caracazo
Los momentos dolorosos que vivimos los venezolanos a finales de febrero y comienzos marzo de 1989 aun persisten en la memoria. Resulta difícil borrar los trágicos acontecimientos que convirtieron a Venezuela en un país donde la violencia de estado asaltó al pueblo. Lo que comenzó como una protesta contra el alza de los pasajes degeneró en la masacre que enlutó a miles de hogares venezolanos.
Los momentos dolorosos que vivimos los venezolanos a finales de febrero y comienzos marzo de 1989 aun persisten en la memoria. Resulta difícil borrar los trágicos acontecimientos que convirtieron a Venezuela en un país donde la violencia de estado asaltó al pueblo. Lo que comenzó como una protesta contra el alza de los pasajes degeneró en la masacre que enlutó a miles de hogares venezolanos.
En Guarenas, epicentro de la protesta, se gestó el 27 de febrero el levantamiento que marcaría un hito en la historia contemporánea del país. Las medidas económicas adoptadas por el entonces presidente de la República Carlos Andrés Pérez para palear la crisis que se vivía, solo afectaban al colectivo y por lo tanto, quienes resultaban perjudicados eran las clases con menores ingresos económicos. Dictadas por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, las recetas aplicadas estrangulaban el bolsillo de los venezolanos; desfalcaban la canasta básica; desvirtuaban todo derecho a una alimentación mínima para el segmento de la población más desposeído. La democracia aplicada en Venezuela estaba cimentada en el sectarismo impuesto por los partidos que tradicionalmente se habían repartido el poder cada cinco años.
Desde Guarenas hasta Caracas, las protestas fueron viajando. Lo que comenzó como un hecho aislado terminó convirtiéndose en la explosión popular que se manifestaba en contra del paquete de medidas instaurado por los adecos. Para el gobierno resultaba más viable sacrificar al pueblo, endosar a los ciudadanos una deuda adquirida para beneficiar a los ricos, que afrontar las directrices impuestas desde el norte. El pueblo dejó de lado la mansedumbre para enfrentarse al gobierno. El asedio económico terminó por despertar en los venezolanos su capacidad de protesta; su vergüenza de explotado dio un vuelco y se expresó en las calles. Sin embargo, quienes ejercían el poder no entendieron el mensaje y consideraron que para aplacar a los insurrectos hacía falta la represión. Así se escribió una página tenebrosa en el devenir de Venezuela. Miles de muertos tapizaron las calles de Caracas, cantidades enormes de heridos abarrotaron los hospitales. Se asesinó a mansalva. El Estado secuestro y desapareció a muchos ciudadanos. Se aprovechó la coyuntura para eliminar a cuanto enemigo político tuviese el gobierno. El terrorismo de estado se manifestó en su máxima expresión: el fascismo.
Después de veintiun años la impunidad aún campea por los barrios de Caracas y de otras ciudades de Venezuela; los asesinos siguen en la calle, muchos de ellos viviendo un “exilio dorado”, otros están en las filas opositoras al proceso revolucionario escondidos o camuflados como inocentes corderos. Son los mismos que intentaron el golpe de estado en abril del 2002, los que hicieron el paro petrolero, los que tienen la disposición de asumir el poder para acabar con la economía del país. Y los que por supuesto, jamás volverán.
Desde Guarenas hasta Caracas, las protestas fueron viajando. Lo que comenzó como un hecho aislado terminó convirtiéndose en la explosión popular que se manifestaba en contra del paquete de medidas instaurado por los adecos. Para el gobierno resultaba más viable sacrificar al pueblo, endosar a los ciudadanos una deuda adquirida para beneficiar a los ricos, que afrontar las directrices impuestas desde el norte. El pueblo dejó de lado la mansedumbre para enfrentarse al gobierno. El asedio económico terminó por despertar en los venezolanos su capacidad de protesta; su vergüenza de explotado dio un vuelco y se expresó en las calles. Sin embargo, quienes ejercían el poder no entendieron el mensaje y consideraron que para aplacar a los insurrectos hacía falta la represión. Así se escribió una página tenebrosa en el devenir de Venezuela. Miles de muertos tapizaron las calles de Caracas, cantidades enormes de heridos abarrotaron los hospitales. Se asesinó a mansalva. El Estado secuestro y desapareció a muchos ciudadanos. Se aprovechó la coyuntura para eliminar a cuanto enemigo político tuviese el gobierno. El terrorismo de estado se manifestó en su máxima expresión: el fascismo.
Después de veintiun años la impunidad aún campea por los barrios de Caracas y de otras ciudades de Venezuela; los asesinos siguen en la calle, muchos de ellos viviendo un “exilio dorado”, otros están en las filas opositoras al proceso revolucionario escondidos o camuflados como inocentes corderos. Son los mismos que intentaron el golpe de estado en abril del 2002, los que hicieron el paro petrolero, los que tienen la disposición de asumir el poder para acabar con la economía del país. Y los que por supuesto, jamás volverán.
Día Nacional por el Respeto de los Derechos Humanos y del Poder Popular
La memoria histórica de los venezolanos y venezolanas registra al 27 de febrero de 1989 como un fecha en la cual nuestro país fue el escenario de un “estallido social” protagonizado por el pueblo que, hace 21 años, alzó su voz para expresar su descontento con las políticas neoliberales que fueron impuestas por Carlos Andrés Pérez, al asumir su segundo período presidencial y romper, con su accionar, con un modelo político desgastado y corrupto que subyugaba a un país que, a pesar de sus riquezas, sólo beneficiaba a un sector de la población.
Este 27 de febrero de 2010 se cumplen 21 años de lo que muchos catalogamos como la más grande violación masiva de Derechos Humanos registrada en nuestro país. Ese día y hasta el 3 de marzo de 1989, el pueblo fue sometido a la más cruenta represión por parte de un gobierno que ordenó masacrar a quienes protestaban cansados de tantos abusos, miseria y exclusión.
Desde 1989 los sucesos del 27 de febrero han estado cubiertos por el manto de la impunidad, no sólo porque nunca se conoció una cifra exacta, ni siquiera cercana, del número de fallecidos, sino porque además quienes vulneraron los Derechos Humanos en esos días jamás recibieron el castigo que la ley les debió imponer.
Hasta el año 1999, ningún gobierno de turno honró el compromiso de responder judicialmente por cada una de las víctimas y sólo fue en noviembre de 1999 cuando la Corte Interamericana de Derechos Humanos determinó la responsabilidad del Estado venezolano en este caso por violación de los Derechos Humanos y ordenó indemnizar a 44 víctimas indirectas. Este mandato fue acatado por el gobierno del Presidente Hugo Chávez que procedió a cancelar los montos que fueron acordados.
Sin embargo, esta respuesta jurídica que se dio a los familiares de las víctimas del Caracazo proviene de un organismo internacional y se trató de una acción civil, por lo que si hacemos honor a la verdad, nuestro sistema judicial se encuentra en mora ya que, 20 años después, esta historia no registra todavía a un solo responsable por aquellos hechos, desde el ámbito de lo penal.
Se entiende que la no determinación del número exacto de víctimas, así como la orden de enterrar en fosas comunes a cerca de 120 personas, dificultó la determinación de las responsabilidades, pero, es cierto también que ha prevalecido la negligencia y omisión por parte del Poder Judicial Venezolano en este caso.
Sobre este particular, un detallado y actualizado informe elaborado por la Defensoría del Pueblo en el año 2007, da cuenta del estado de las causas y formula una serie de recomendaciones a todos los organismos involucrados y con competencia en estas investigaciones, de las cuales la única que tuvo eco fue la materializada por la Asamblea Nacional, el 27 de febrero de 2007, al decretar, durante una Sesión Especial celebrada desde la Plaza Bolívar de El Valle, el 27 de febrero de cada año como el "Día Nacional por el Respeto de los Derechos Humanos y del Poder Popular". La memoria histórica de los venezolanos y venezolanas registra al 27 de febrero de 1989 como un fecha en la cual nuestro país fue el escenario de un “estallido social” protagonizado por el pueblo que, hace 21 años, alzó su voz para expresar su descontento con las políticas neoliberales que fueron impuestas por Carlos Andrés Pérez, al asumir su segundo período presidencial y romper, con su accionar, con un modelo político desgastado y corrupto que subyugaba a un país que, a pesar de sus riquezas, sólo beneficiaba a un sector de la población.
Este 27 de febrero de 2010 se cumplen 21 años de lo que muchos catalogamos como la más grande violación masiva de Derechos Humanos registrada en nuestro país. Ese día y hasta el 3 de marzo de 1989, el pueblo fue sometido a la más cruenta represión por parte de un gobierno que ordenó masacrar a quienes protestaban cansados de tantos abusos, miseria y exclusión.
Desde 1989 los sucesos del 27 de febrero han estado cubiertos por el manto de la impunidad, no sólo porque nunca se conoció una cifra exacta, ni siquiera cercana, del número de fallecidos, sino porque además quienes vulneraron los Derechos Humanos en esos días jamás recibieron el castigo que la ley les debió imponer.
Hasta el año 1999, ningún gobierno de turno honró el compromiso de responder judicialmente por cada una de las víctimas y sólo fue en noviembre de 1999 cuando la Corte Interamericana de Derechos Humanos determinó la responsabilidad del Estado venezolano en este caso por violación de los Derechos Humanos y ordenó indemnizar a 44 víctimas indirectas. Este mandato fue acatado por el gobierno del Presidente Hugo Chávez que procedió a cancelar los montos que fueron acordados.
Sin embargo, esta respuesta jurídica que se dio a los familiares de las víctimas del Caracazo proviene de un organismo internacional y se trató de una acción civil, por lo que si hacemos honor a la verdad, nuestro sistema judicial se encuentra en mora ya que, 20 años después, esta historia no registra todavía a un solo responsable por aquellos hechos, desde el ámbito de lo penal.
Se entiende que la no determinación del número exacto de víctimas, así como la orden de enterrar en fosas comunes a cerca de 120 personas, dificultó la determinación de las responsabilidades, pero, es cierto también que ha prevalecido la negligencia y omisión por parte del Poder Judicial Venezolano en este caso.
Paradójicamente, esta fecha, no está registrada, al menos así lo arrojó una revisión a través de Internet, en las efemérides de nuestro país, tan sólo una escueta reseña del “estallido social del 27 de febrero de 1989” aparece en algunos site, ni siquiera las Organizaciones No Gubernamentales (ONG´S), que si observan en sus calendarios el Día Internacional de los Derechos Humanos, lo incluyen bajo esta denominación acordada por el Poder Legislativo, aún cuando organizan actos con los cuales rememoran estos sucesos.
Esta omisión debería ser corregida, en principio, por el propio Parlamento, quien instituyó la fecha hace ya dos años, y luego, por todos aquellos que dicen ser defensores de los Derechos Humanos, por cuanto el "Día Nacional por el Respeto de los Derechos Humanos y del Poder Popular" no es una fecha más, es el recordatorio para quienes todavía, aún 21 años después de estos sucesos, están en deuda con familiares y víctimas, pero sobre todo, con el país, ese que cree en las instituciones y en que vivimos, como dice nuestra Constitución, “en un Estado democrático y social de Derecho y de Justicia, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico y de su actuación, la vida, la libertad, la justicia, la igualdad, la solidaridad, la democracia, la responsabilidad social y, en general, la preeminencia de los derechos humanos, la ética y el pluralismo político”
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Memorias del Caracazo
Entonces yo no hacía otra cosa que hablar conmigo mismo, por lo que evidentemente vivía en mala compañía. La cabeza me daba vueltas como un elefante loco. Revolvía papeles de Bolívar porque yo sabía que él le había dicho al general Urdaneta: "-El único que ha tenido carácter en este país he sido yo, y por eso se ha conseguido lo poco que tenemos...". Ese poco era la independencia y la conformación de uno de los Estados más grandes (territorialmente) del mundo.
Sin carácter no hay gobierno. No hay nada.
Luego nadie supo en qué momento se encendió la mecha de aquel gran "despelote" que aconteció en Caracas y remeció a América Latina. El presidente Carlos Andrés Pérez temblaba sin atinar a hacer nada bueno; pedía a gritos que se conformara un Consejo Consultivo que lo sacara de abajo, pero el pueblo estaba desenvainando la espada contra un hombre que condensaba toda la historia de degenerada democracia. Se le increpaba a CAP, se le desafiaba del modo más descarado, y él no hacía sino recular; tentaba a medias el terreno que aún le quedaba por cruzar; estaba horriblemente confundido y desolado: "hubiera preferido otra muerte", habría de decir más tarde.
El monstruo de mil cabezas no se formó, sin embargo, de repente. Fue una bestia alimentada por los pechos derrochadores y opulentos de un Estado tarado y alcahuete. Se envileció primero al pueblo para luego acostumbrarlo a vivir de migajas y de los restos de las palaciegas francachelas.
El pueblo nuestro, hay que decirlo había elevado al trono nuevamente a CAP con el único propósito de que se pudiera volver a la época mágica de las Vacas Gordas. Carlos Andrés conocía mejor que nadie la naturaleza de una nación entregada toda al juego de las loterías y de las carreras de caballo, al negocio ilegal de las alcabalas y aduanas, de las trampas fabulosas y el manoseo frenético de los dineros del Estado.
Así como Bolívar dijo durante la guerra de la independencia que en cada venezolano había un tirano, podemos asegurar que entonces en cada uno de nosotros anidaba un "vivo", un flojo o un estafador.
Pero apenas comenzaba a gobernar CAP (el Visir de las Mil Maravillas), el país creyó que en pocos días volverían volverían los dólares baratos (que le permitiría otra vez comprar la botella de whisky fina a cuarenta bolívares); en que cada cual podría estrenar carro nuevo cada año; la ganga de recibirlo todo del exterior sin hacer el menor esfuerzo por merecerlo; lograr hacer un crucero por el Caribe cada año, adquirir exquisitos manjares a precios de gallina flaca, irse a vivir en Miami. Todo este mundo que se aspiraba y por el cual había depositado un voto tan utilitarista, se vino al suelo cuando se escuchó hablar del pavoroso aumento de la gasolina, de incrementos extraordinarios de los pasajes, de inalcanzables precios en los vehículos y en las casas. Ya no se podría tener una casa en Miami y llevar a los niños a Disneylandia durante diciembre y las vacaciones de verano.
Cuando CAP montó su coronación en el Teresa Carreño, la clase media y baja, los ricos se rechupaban los labios, pensando que muy pronto ellos también serían invitados a tomar parte del derroche con que se inauguraba con su gestión.
En arca abierta el justo peca
Estremecedor fue el trancazo del 27 de febrero. Fue cuando se inició el vertiginoso descalabro de CAP, y para justificar los muertos, salieron una cuerda de sicólogos, economistas y habladores de pendejadas, diciendo que nada había sido en vano, pues había llegado el momento de "reflexionar". La manía de la "reflexión" fue cursilísima. Muchos dirigentes aumentaron excesivamente de peso, mientras "reflexionaban". (Hubo algunos que sufrieron congestiones intestinales, de las cuales no se reponen todavía ni en el Infierno donde deben estar: Uslar Pietri, Ramón Escovar Salom, Ramón J. Velázquez, Teodoro Petkoff, …). Y mentaban la tal palabrita con esa respiración asmática de cínicos altamente pervertidos. Y el pueblo no se tragó la píldora de la "reflexión" y hubo que inventar esa vaina de la beca alimentaria para que corriera el ron mientras se continuaba con los saqueos de lo poco que había dejado doña Ibáñez.
La excusa para "repelar la olla" fueron las malditas partidas secretas.
Apenas acabábamos de salir de la augusta "carajada" - según Lusinchi - de José Ángel Ciliberto, quien manipuló a su antojo su partida secreta, (produciendo el gozo inefable de otro escandalazo), cuando sin misericordia alguna se siguió hurgando hasta desfondar el saco.
Claro, CAP quería echar para delante el argumento de que los constantes rumores de golpes y las intrigas contra él le estaban dando una imagen deplorable de Venezuela y que había que parar las denuncias. ¿Pero dónde se había visto un país en el que hasta los prefectos disfrutaban de partidas presupuestarias secretas? Ahí se veía claramente que CAP no venía arreglar esta vaina sino a aprovecharse de ella como muy bien lo habían hecho todos sus antecesores.
Luego vino la guerra contra la droga y el presidente se auto-nombró el Primer Capitán de una partida de fantasmas. La cosa daba risa y el pueblo seguía con la mosca en la oreja porque no acababan por llegar las Vacas Gordas. Todo el mundo quería tener una oportunidad de meter la mano en el Tesoro Público, y no arreglar el caos en que nos debatíamos.
Cada venezolano quería tener, con tanta o más razón que el Presidente, su propia partida secreta.
Para estar en crisis es necesario tener una conciencia profunda de las desgracias que nos rodean. Es necesario estar dispuesto a sufrir y mostrar imperiosos esfuerzos para cambiar los males que arruinan al país; deberíamos mantener un estado de preocupación constante y evitar así la diatriba enfermiza, la idiotez paralizante, la pereza y la ambición por ocupar cargos públicos. Es imprescindible haber disfrutado alguna vez de bienestar social, de serenidad y armonía política, económica, humana para uno poder concebir los desastres de una crisis. Pero cuando uno veía que en los hospitales, en las escuelas, en las dependencias universitarias y otras instituciones fundamentales del Estado, por cualquier nimiedad, en horas de trabajo, se improvisaban mesas para jugar dominó; se hacían reuniones de empleados para seleccionar prendas, zapatos o vestidos y ellos mismos montaban sus tarantines comerciales en oficinas y pasillos (y no es por mantener la situación económica, sino por el vicio de la frivolidad, de la irresponsabilidad, de la disipación, del vacío inmenso que nos aplastaba) entonces nos dábamos cuenta de que no era crisis de nada lo que padecíamos sino un ambiente de feria, de criminal irresponsabilidad donde cada cual frotándose las manos, o bostezando, sólo se preguntaba: "¿Cuándo es que llega el bono, compadre?".
Para hablar de crisis es necesario que nos duela Venezuela, es vital que nos tengamos que hundir en bibliotecas procurando conocer nuestro pasado y entender cuál era nuestro lugar en aquel horror tan especioso; es esencial que desarrollemos otra sensibilidad, y comencemos a callar e intentar hacer las cosas por nosotros mismos sin esperar nada de nadie.
Un distinguido sabio me contó algo, que pinta de modo total la miserable materia humana de que estaba formada aquella nación, envilecida por los partidos AD y COPEI. Iba él por un pueblo de Biscucuy cuando, a un lado de un riachuelo observó como un grupo de personas haciendo cola para abordar a un autobús que los pasaría a la otra orilla. Mi amigo constató que la profundidad del río le daba más abajo de las rodillas. Preguntó a alguien del grupo por qué usaban aquel sistema tan engorroso, y le contestaron al unísono: "- Tenemos treinta años esperando que el gobierno nos haga un puente".
Ningún gobierno de mundo puede arreglar todo cuanto aspiramos; ¿en dónde radicaba el mal ciertamente, cuando nuestros hospitales estaban destrozados, y que las universidades llamadas autónomas sean tan derrochadoras, y los sindicatos de entonces que vivían promoviendo el ocio, la maldad, el vicio de la desidia y de la irresponsabilidad?
El mal estaba en la falta de carácter; pero debía ser un carácter forjado sobre la rectitud, sobre el amor a la patria, sobre un sentido del sacrificio que nos hiciera sacar la sangre y lágrimas cada vez que viésemos injusticias, algo que degradara a nuestros semejantes; la urgencia por hacer el bien y reparar nuestras calamidades.
Y CAP estaba inhabilitado para ejercer la autoridad, como en el fondo lo estaban todos los partidos de entonces con sus dirigentes envilecidos por el negocio, por la trácala y la igonorancia. Lo horriblemente triste era ver a un hombre con las estrellas doradas del mando, con las bandas alucinantes del poder cruzándole los pechos, y carecer del carácter para poder gobernar, para hacerse oír, dirigir y hacerse respetar.
No puede ser que en Venezuela sean unos pocos los que lleven sobre sus hombros la tarea de ser honrados, de ser trabajadores, de ser útiles.
Y hoy hay que decirlo, un alto porcentaje de la Nación está echada en un sillón, viendo la televisión, esperando que las cosas se resuelvan por sí mismas. No tiene una idea clara de lo que viene, y en los más hondo de sí pareciera no importarle si nos vamos o no al despeñadero; acostumbrada a vivir del azar, y a que el Estado sea siempre quien le resuelva sus vainas.
Pero debe saber este pueblo que nada que no se haga conscientemente y por voluntad propia y el esfuerzo sostenido, con disciplina y seriedad, podrá traernos la felicidad que tanto ansiamos. Sí señor..