Por: Hugo Chávez Frías
I
La historia nos está llamando a Haití en esta hora tan difícil y dolorosa.
Haití: la primera República negra del mundo y la primera República de Nuestra América en fecha tan temprana como el 1° de enero de 1804, tras vencer a las tropas napoleónicas luego de 12 años de lucha (1791-1803). Haití: la de los jacobinos negros, la de Toussaint L'Ouverture y Alejandro Petión.
Haití: la de Miranda; allá llegó con su sueño de liberar a todo un continente y como ocurriría con Bolívar, diez años más tarde, recibiría toda la solidaridad y el apoyo de los jacobinos negros; allá izó el Precursor por primera vez nuestra bandera, en el mástil del buque Leander el 12 de marzo de 1806.
Haití: la de Bolívar, la de la Expedición de los Cayos (1816) que contó con el respaldo sin condiciones del ilustre Petión, quien sólo le pidió la libertad de los esclavos. No en vano nuestro Libertador lo llamó “el autor de nuestra libertad”. Allí, en contacto con la realidad de la “República más democrática del mundo” —son sus palabras—, Bolívar terminó de forjar el temple de su espíritu revolucionario.
Haití es, entonces, tierra santa para nosotros y nosotras.
Llevo inscrito en mi alma al heroico y sufrido pueblo haitiano con su infinito amor y su grandísima esperanza. En marzo de 2007 la fuerza de su amor y su esperanza me hizo correr, junto a él, por las calles de Puerto Príncipe, sintiéndome entre hermanos y hermanas.
Este devastador sismo se agrega a la tragedia infinita que padece el pueblo haitiano desde hace tantos años.
Por Petión y por Bolívar, nos toca saldar una deuda histórica. Por eso mismo, Venezuela se ha puesto a la orden de Haití. Ya están dos brigadas humanitarias en la Patria de Petión y pronto partirán otras. Igualmente, lanzamos la Campaña de Solidaridad con Haití y el pueblo venezolano está respondiendo como sabe hacerlo.
Por Petión y por Bolívar: ¡Venceremos!
II
Las medidas económicas que hemos tomado responden a la necesidad de salirle al paso a una situación que se enmarca en un proceso de transición dinámico y complejo.
No hay varitas mágicas que todo lo resuelvan en materia económica. Sobre todo cuando se trata de garantizar la soberanía económica del país.
Desde que asumimos el control de cambio a esta parte, hemos ido evaluando de cerca el comportamiento coyuntural de la economía nacional y esto nos ha permitido paliar los efectos internos de la crisis mundial del capitalismo, que terminó desestabilizando a todas las economías regionales.
Hoy nos vemos en la urgencia inexorable de aplicar correctivos de naturaleza económica. Cierto que las decisiones tomadas puedan causar zozobras e inquietudes, ya que todo cambio las propicia.
Tengo plena confianza en la conciencia del pueblo y sé que no va a caer en las falsas alarmas que los medios de comunicación pitiyanquis adelantan: pretenden hacer creer que se abrieron las puertas del infierno y que el Gobierno desde ahora arderá en su propio fuego. Como ha sido hasta ahora, se quedarán esperando el descalabro total que tanto ansían.
No hay más atinada decisión que la que se toma a tiempo y respondiendo a las particularidades del momento histórico: lo otro es estirar la arruga o esconder la cabeza y eso no estamos dispuestos a permitírnoslo.
Cada paso que damos en Revolución implica no sólo riesgos sino sobre todo nuevos retos: hemos demostrado nuestra disposición a enfrentarlos, con responsabilidad y compromiso, teniendo en el centro del corazón las más sentidas necesidades del pueblo venezolano.
Modificar el valor de nuestra moneda en relación al dólar es tan solo la instancia más superficial de lo que nos proponemos en el fondo. En realidad y en verdad, estamos revaluando el bolívar al proponernos nuevos retos.
En primera instancia, tendremos más fortaleza para enfrentar las groseras prácticas especulativas que no hacían otra cosa que distorsionar financieramente el valor real de los bienes y los servicios.
El Estado, en este sentido, no podía seguir cediendo beneficios cambiarios a quienes decidían a su antojo lo que importaban como bienes necesarios, siendo en realidad artículos suntuarios que vendían a precios incontrolables.
Por eso se creó esta semana el Plan Nacional Contra la Especulación. Estamos creando condiciones para generar un verdadero fortalecimiento de la industria interna que satisfaga los más genuinos intereses nacionales.
No podemos seguir importando sin medida aquello que ya estamos en la posibilidad de comenzar a producir en el país. De allí el llamado a la buena voluntad de los pequeños y medianos empresarios e inversionistas que deseen acompañarnos en este empeño de forjar un nuevo modelo económico.
En este sentido, el miércoles pasado creamos el Fondo Bicentenario de Producción Socialista, que viene a constituirse en un primer paso en la consolidación de una política de apoyo hacia la soberanía productiva nacional.
Esto nos permitirá no sólo diversificar y aumentar la producción de bienes y servicios para responder a nuestras más sentidas necesidades internas sino, además, adquirir una nueva fortaleza con la exportación de nuestros productos.
Sirva, pues, esta coyuntura para, con honestidad y responsabilidad, emprender con firmeza la construcción de un país que deje de ser rentista y corte el nudo gordiano de la dependencia petrolera.
Un problema central y trascendente de la vía venezolana al socialismo reside en la metamorfosis global del modelo rentista: en el cambio estructural del modelo de acumulación capitalista que tenemos; cambio que depende de la diversificación productiva hacia la que nos orientamos para superar definitivamente al rentismo.
III
Quiero reiterar un lineamiento estratégico que enuncié el pasado viernes en mi intervención en la Asamblea Nacional con motivo de la presentación de la Memoria y Cuenta del año 2009: debemos seguir desmontando el viejo Estado burgués y acelerar el proceso de construcción del nuevo Estado social y democrático, de derecho y de justicia, que manda nuestra Constitución. Es una necesidad histórica y un imperativo categórico para la continuidad y profundización de la Revolución Bolivariana, rumbo al socialismo.
No debemos darle oxígeno al Estado burgués. Por el contrario, quitárselo es un imperativo para que se extinga definitivamente.
El Estado burgués todavía tiene espacios dentro del Estado que está surgiendo: desde esos espacios entrampa, sabotea, obstaculiza el proceso de creación de la nueva institucionalidad.
Nos falta un trecho largo para que el nuevo Estado se consolide: estamos en transición hacia él. Su consolidación depende y dependerá de cuán capaces seamos de materializar el protagonismo del poder comunal: del poder popular en todas sus expresiones.
El poder popular es el alma y la llama de otra manera de ser Estado y Gobierno. Debemos hacer realidad lo que lúcidamente visualizara Kléber Ramírez hace muchos años: “…llegó la hora para que las comunidades asuman poderes de Estado, lo que conllevará administrativamente la transformación global del Estado venezolano y socialmente el ejercicio real de la soberanía por parte de la sociedad a través de los poderes comunales”.
¡Patria, socialismo o muerte!
¡Venceremos!
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